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A por pan

A POR PAN (Primer Premio 2018)

La terapeuta nos ha dicho que el viernes tenemos que entregarle un relato escrito por nosotros mismos, y yo, como soy muy obediente, pues me pongo a escribirlo, porque en eso la terapeuta está de acuerdo con mi madre, en que soy obediente, aunque no añade, como mi madre, “por lo menos”, como si lo de obedecer fuera una cosa mala, que yo creo que no lo es, por eso le hago caso y escribo aunque no sepa de qué voy a escribir, que ya nos dijo la terapeuta que escribiéramos de cualquier cosa, o sea que yo voy a escribir de que por fin me he decidido a ir a por pan, ya hace dos días que me comí el último mendrugo, duro como el acero del cuchillo con el que recorté la corteza, porque el pan tiene que ser siempre igual, homogéneo, no vale que esté duro por una parte y blando por otra, como el vino, que no puede ser blanco en lo alto de la copa y tinto en la base, como si el rosado pudiera separarse en una fracción roja y otra blanca, no quiero ni imaginarlo, sería para volverse loco, aunque mi madre, que me quiere mucho pero me aguanta poco, me dice que yo ya estoy loco, y que la estoy volviendo loca a ella con tanta manía, pero yo siempre le intento explicar, las veces que haga falta, que no son manías, que las cosas tienen que ser, parecer y funcionar por su orden, porque si no hay orden viene el caos, y el caos absoluto sería el fin del universo, la máxima entropía aquella que estudiábamos en termodinámica, igual que el pan, que una vez cocido es imposible separarlo en harina, agua, sal y levadura, lo máximo que consigo a veces es quitarle las semillas, primero las de girasol que son más grandes y luego las chiquititas de sésamo, y comerlas por separado, por su orden, de menor a mayor y contándolas, que parece mentira la cantidad de semillas que cabe en un bollito, un promedio de veinticinco de girasol o sesenta y tres de sésamo, aunque en realidad pueden oscilar entre cincuenta y ochenta, que ochenta solo aparecen muy de tarde en tarde, cuando falla el proceso en la panadería; por cierto, hablando de fallos, tengo que comprobar la llave del gas, no vaya a ser que haya una fuga y vuele todo el edificio por los aires, a ver cómo iba a hacer para encontrar un piso idéntico, creo que entonces sí que me volvería loco, pero de verdad, y por eso compruebo tres veces la llave del gas y reviso que llevo la cartera con mis siete carnets y el dinero, un billete de cincuenta euros, otro de veinte, otro más de diez y el último de cinco, más el cambio en monedas por si el panadero no tiene, que en realidad siempre tiene y me lo da casi sin contar, como con prisas, y por eso tengo que repasarlo varias veces aunque los demás clientes protesten, porque si salgo de la panadería ya no se puede reclamar, como dice el cartel que había detrás del mostrador, y digo había porque la última vez que fui no estaba y me dijo la sobrina del panadero que se lo había comido el gato, pero yo no me lo creo porque los gatos no comen papel, y además allí no hay gatos por eso de la higiene, y por eso mismo antes de salir me lavo otra vez las manos y me las seco con el aparato de aire caliente que instalé hace tres meses, para no recoger virus de la toalla usada, que es siempre blanca menos cuando se equivoca mi madre y pone una azul, aunque yo ya le he explicado mil veces que las azules son para los invitados, y ella me mira y me dice que sí con la cabeza como si fuera muda, y mejor, así no me marea cuando estoy leyendo las esquelas o la predicción meteorológica, que es lo que más me gusta del periódico aunque a veces se equivoque, por eso cada noche reviso la predicción del día, a ver si ha acertado, que es lo normal pero no siempre, y espero que con las esquelas atinen más, no me haría ninguna gracia que publicaran la mía antes de tiempo, por eso cojo las llaves con la mano derecha y cierro las tres cerraduras por su orden, la de arriba con la llave del arito rojo, la de en medio con la llave plana del arito amarillo y la de abajo con la llave grande del arito verde, como los semáforos, que por algo será que están siempre en ese orden, y mis amigos que viajan me cuentan que en todo el mundo es igual, hasta en Inglaterra y en Japón, aunque conduzcan por la izquierda, dicen que es por los daltónicos que no distinguen los colores y si se confunden pueden provocar un accidente, igual que si cruzo la calle sin mirar tres veces a los lados: izquierda, derecha y otra vez izquierda, aunque mi calle sea de un solo sentido, no vaya a ser que lo cambien y yo no me entere y me atropelle el camión del butano por no tener cuidado, o por las prisas, que son malas consejeras dice mi madre, porque hay que estar muy atento a los coches, a los camiones, hasta a los ciclistas, y con cuidado de poner los pies en las franjas negras del paso de peatones para no manchar las bandas blancas, que no sé por qué las pintan de un color tan poco sufrido, así están de sucias, no entiendo cómo no se dan cuenta los del ayuntamiento, que se fijan en todo menos en lo más importante, y que conste que ya les he escrito veintitrés veces pero ya ni me contestan, por eso tengo que cruzar haciendo equilibrios aunque me piten los coches que se ponen muy nerviosos, no los coches sino los conductores, y yo tengo que disimular para que no se me note, que bastantes problemas tengo ya como para buscarme otros nuevos, como el de las baldosas rojas con picos que han puesto en las esquinas, que no niego que sean muy útiles para los ciegos, pero no se deben pisar para no gastar las suelas de los zapatos, y así tardo tanto en ir y venir a la panadería, que a veces se me va toda la mañana solo con eso y luego no me da tiempo a hacer nada, o llego tarde y ya se han acabado las barritas de multicereales que son las únicas que como porque son muy buenas para el intestino y no dan cáncer como las blancas, por mucho que se lo recuerdo al panadero que me guarde tres barritas de las mías nunca me hace caso, según él no puede guardarle el pan a nadie si lo pide otro cliente, es un maniático, coge el pan con pinzas cuando hay gente en la tienda, pero cuando se cree que nadie lo ve lo agarra con esas manos que a saber dónde han estado metidas, prefiero ni pensarlo porque entonces no podría comer ni pan, y entonces no sé qué iba a comer, no voy a tomar el huevo frito sin mojar, que bastante tengo con recortar toda la clara, y eso cuando mi madre los fríe bien y no los deja ni con mocos ni con puntillas; los mocos porque me dan mucho asco y las puntillas porque se cargan de aceite, yo siempre uso de oliva porque tiene ácidos monoinsaturados y polifenoles, que no sé lo que son pero todo el mundo dice que son buenos para el colesterol, eso que el médico la última vez que fui a la consulta me dijo que yo no tenía ni colesterol ni ácido úrico ni azúcar ni nada, pero eso no puede ser, algo tendré, aunque creo que el médico se ha hartado de mis visitas, como les pasa a todos a los pocos días, y me dicen que no vuelva en varios meses aunque me ponga enfermo, que me tome un paracetamol y ya está, eso que hace unos días oí que una enfermera le decía a otra que lo mío no se curaba con pastillas, aunque cuando le pregunté qué era lo mío y con qué se curaba se pudo toda colorada y salió corriendo; no será por no comer sano, porque yo hago una comida perfectamente equilibrada y nunca tengo ni diarrea ni estreñimiento, todas las mañanas hago de vientre de 7:15 a 7:18, de un color bastante uniforme y consistencia normal, y luego no vuelvo al váter hasta el día siguiente, como tiene que ser, porque la clave de la buena salud es llevar una vida equilibrada y metódica como la mía, intentando repetir todos los días el mismo horario, la misma rutina, menos los domingos que es un lío porque no abren las panaderías y el sábado tengo que comprar pan doble, no entiendo cómo no hay panaderías de guardia, mira que se lo he dicho veces al panadero y hasta he mandado ciento quince cartas al director del periódico, todos los viernes desde hace más de dos años, pero no me las publican, lo malo es que en el periódico ya no me dejan entrar, la última vez que lo intenté para protestar porque no publican mis cartas el guardia de seguridad de la entrada me dijo que me fuera a freír monas, y cuando le dije que no se podía, que todos los primates son especies protegidas, sacó la porra y me amenazó con romperme la cara, luego cuando fui a la comisaría para denunciarlo tampoco me dejaron entrar, y el policía de la puerta me dijo que estaba hasta los cojones de mí, y que tenían que haberme metido la porra por el culo, a ver si aprendía, y vaya si he aprendido, que la gente es muy mal educada y cuando va de uniforme todavía peor: médicos, enfermeras, guardias de seguridad, y hasta el cartero, que cuando me quejé de que no metía las cartas en el buzón ordenadas por tamaño se puso hecho una fiera, un basilisco, no un obelisco como dice el portero, que es el único que se para a hablar conmigo cuando nos encontramos en el portal, porque a él le gusta mucho hablar, en vez de limpiar las escaleras, el portal y el ascensor, que hay que ver cómo están de sucios los botones, que me da asco tocarlos y por eso subo y bajo andando los once pisos, por mucho que tarde, que más vale eso que cogerse una infección como le pasó al portero, y de tanto escribir se me va a hacer tarde para ir a la panadería, o sea que mejor lo dejo aquí, a ver si le gusta a la terapeuta, que ya he escrito 2.024 palabras y 8.047 caracteres.

Arturo Martínez González