Una luna dos soles
UNA LUNA DOS SOLES (Primer Premio 1996)
El sol se coló por la ventana haciéndole salir del dulce sueño.
Estaba casi despierto y entre nubes decidió que iba a hacer…¿Cómo se las iba a apañar para que fuera un día inolvidable?
Pensó en irse al zoo y saltar a la jaula de los monos, seguro de que este acto le lanzaría al estrellato en alguna revista de prensa amarilla o programa de TV. Enseguida desistió de esa idea: ni le gustaban los animales, ni se sentía con humor para entablar nuevas relaciones.
Desayunando su habitual cuenco de Müesli, que le hacía sentir sano como una rumiante vaca, se le iluminó la cara al recordar algo que había leído hace poco en alguna parte. Podía ser modelo publicitario en tan solo unas semanas. Este iba a ser el gran día en el que comenzaría su vertiginosa carrera hacia la fama mundial. Sonriente, se dirigió al cuarto de baño, cuando una extraña visión le hizo retroceder unos pasos por el pasillo. Entonces comprendió que lo que el espejo le devolvía no era ninguna caricatura, sino su propia y estúpida cara de felicidad. ¿Y donde coño pretendo ir con este careto de bobo?
Un poco decepcionado se duchó. Restregó metódicamente todos los rincones de su enclenque anatomía. A la par, continuaba estrujándose los sesos en busca del original plan que lo sacaría para siempre de la monotonía.
¿Y si hacía como el Vaquilla?. Podía tratar de robar un coche, o atracar un banco y luego, como el Lute, salir en la tele y escribir sus memorias. Ummmmmm…. No le pareció muy difícil, era una idea tentadora, pero… ¿tendría luego que ir a la cárcel?, ¿tendría que pasar el resto de su vida en el talego, adaptándose a una nueva monotonía, que ni siquiera sería la suya? ¡Ah, no! A eso no estaba dispuesto. A que su vida, además de monótona, fuera controlada por otros… Su vida era una mierda solo suya, y a mucha honra…
Así, entre divagaciones fue transcurriendo la mañana, y cuando miró el reloj de su mesa le sorprendió ver que ya eran las doce del mediodía. ¡Joder, que se me va a acabar el tiempo de este día único y yo aquí, comiéndome el coco y sin sacar nada en claro!. De un salto se levantó, se puso sus mejores botas y se tiró a la calle, a ver si con el fragante olor del humo y la polución se inspiraba un poco.
De repente, vislumbró a lo lejos la majestuosa entrada de la catedral de su ciudad, y sin pensarlo dos veces, se coló en su interior. ¿Sería una señal?, ¿sería su destino entregarse a la Gloria de Dios?.
Comenzó a pasear lentamente por aquella inmensa sala oscura y fría, mirando a su alrededor, calculando.
Ya florecía en él un claro desencanto con respecto a sus aptitudes para absolutamente todos los campos, por lo que trataba de hacer un análisis de sus posibilidades como hombre dedicado a la vida monástica, de la manera más fría posible.
Repasó todos los pros y los contras, y una vez decidido, se dirigió con paso enérgico hacía el despacho que el capellán tenía en la sala principal de aquel templo del Señor…. Cuando de repente sus ojos se posaron en unas exuberantes redondeces que se contoneaban delante suyo. Era la señora de la limpieza. Tendría unos cincuenta años, y no era precisamente guapa, ni esbelta, ni sexi, pero impulsivamente agarró con fuerza vibrantes carnes al grito de ¡¡ Qué culo !!.
A partir de este inocente gesto todo se sucedió muy rápidamente. A los gemidos histéricos de la pobre mujer acudió el propio capellán de la iglesia que, comprendiendo inmediatamente lo ocurrido, le insultó, le pegó y de dos patadas le echó de aquel lugar sagrado.
Ya en la calle respiró hondo, agradeciendo al Señor aquella clara señal de que aquello tampoco era para él.
A las dos comió solo en un bar, un bocata de jamón y una cerveza, y después, con el café, le vino la inspiración. ¡Escribiría un libro!. Si, allí mismo, en unas horas… él era capaz. Con energía renovada pidió un bolígrafo al camarero y cogió un servilletero de encima de la barra. Al punto se acomodó en su rincón y se dispuso a empezar y terminar la novela que cambiaría su vida… Después de mirarse fijamente el pulgar y el índice que sujetaban el boli durante más de media hora, escribió: No se me ocurre nada. Firmado: Yo, el monótono solitario.
Convencido de que aquello nunca sería un best-seller arrugó la servilleta y la lanzó al vacío, se levantó, solemnemente pagó y salió a la calle en busca de su destino.
Cabizbajo, deambuló por las estrechas calles peatonales de la parte antigua de la ciudad, percibiendo retazos de las vidas de las personas con las que se cruzaba: “y el muy cabrón me ha vuelto a suspender”, “yo no es que no le tenga cariño, pero como hombre no lo soporto”….Cualquier cosa que oía le sugería historias interesantes, historias de vida. Mientras que él, ¿qué era?, ¿dónde se dirigía, con quien hablaba?, ¿a quien tenía?, ¿qué quería?....
Estaba empezando a anochecer, era invierno y el sol se ponía pronto.
Comprendió que su día estaba terminando y que él se volvería a acostar sin ser nadie, nada. Se sentía deprimido, acabado, hastiado…
De repente, un sonido penetrante le sacó de su ensoñación. Miró a su alrededor asustado, incluso mareado por aquel zumbido, cuando algo familiar llamó su atención. Era su sábana aquello que tenía prisioneras sus piernas, era su almohada aquella que presionaba su cabeza contra el colchón y lo mejor…. Era su despertador aquel que no paraba de sonar sacándole de aquel estúpido sueño.
El sol se coló por su ventana y aún medio dormido decidió que aquel martes insípido iba a ser el día en que cambiaría su vida.
Paula Alonso Álvarez