Lo de Rosa
LO DE ROSA (Primer Premio 1994)
¿Basado en un hecho real?
Me llamo Fulgencio Sánchez Riquelme. Soy de Murcia, España. Llevo un mes en Londres por razones que no interesan. Hoy es 24 de Febrero.
Ayer aterrizó en Gatwick Rosa Linares, una amiga de Murcia. Viene con la intención de buscarse la vida: trabajo negro y habitación decente. Sus motivos tampoco vienen a colación.
Esta mañana, después de hacerse con una publicación semanal que ofrece curro, la despedí en el metro. Eran las 9:00. He quedado con ella a las 20.30 en los caballos de Picadilly. No creo que haya hecho algo útil pues sus posibilidades de comunicarse son cero. Ha venido con el dinero justo para un par de semanas: escaso margen de operación. Duerme en mi habitación, menos que decente, diría yo. Y de cama estrecha: hay confianza.
Rosa tiene un cuerpo escultural, nada de pardilla y ancha manga para la vida: he ahí sus armas. Me intriga saber si le han servido de algo en estas once horas que nos separan. Me voy a enterar en veinte minutos, pues son las 20.10 y avanzo la línea Picadilly, dirección sur, a la altura de Caledonian Road.
En realidad no sé por qué ha venido Rosa, pues le faltaban pocos meses para concluir una carrera que, ahora, dudo si acabará. Algo súbito y grave le habrá pasado. Digo yo que le haría falta un cambio. Y así fue como me llamó hace una semana: que se venía. No he querido preguntarle. Por algo será si ella no afloja. Además parece de buen humor. Es muy buena actriz o yo demasiado estúpido para descubrirla. Ya he dicho que hay confianza. Aunque no nos conocemos, realmente la hay. Ese tipo de confianza que a veces surge entre dos sin que ellos mismos sepan por qué. Dormir en una misma cama estrecha es un factor a tener en cuenta.
Picadilly, me bajo. La noche es fría pero seca. Se soporta. Son las 20.25 y la plaza se muestra en el esplendor de los luminosos TDK, SONI y FORSTERS, que ya han adquirido la categoría de los clásicos pues salen en las postales. La muchedumbre circula: cuanta raza para un murciano.
Estoy preocupadísimo, si ¿Y de qué vale eso? La noche, los luminosos y la marabunta siguen ahí, solo que han pasado noventa minutos y Rosa no ha aparecido. Los huesos se me congelan y no sé si seguir esperando o retirarme a esperarla en casa. Cuanto me extraña siendo ella.
No seas peliculero Fulgencio, que ya es mayorcita y sabe buscarse la vida perfectamente ¿A qué viene entonces este paternalismo estúpido?
El metro de las 9.00, cuando despedí a Rosa, es radicalmente distinto del de las 22.30 tan con homeless, borrachos y desperdicios. Seguro que llego a casa y está en la puerta esperándome, que le ha salido un curro, ha empezado hoy mismo. Era imposible avisarme. Y yo con este nervio encima. Provinciano.
Finsbury Park, me bajo.
Pero no, Rosa no estaba en la puerta ¿Y qué? Ahora vendrá, joder. Será un curro hasta la madrugada. Anda Fulgencio, atiende un poco más al arroz, que se te está pegando.
He cenado, fregado, arreglado el cuarto. Son las 00.30 y Rosa no ha aparecido ¿Qué hacer?
Eran las 2.30 la última vez que miré el reloj. Luego debí quedarme durmiendo pues esta mañana me he despertado incómodo por haber dormido en vaqueros. El libro de turno fue a parar debajo mío, aún está caliente y arrugado.
Que poco conozco a Rosa. Seguro que se ha liado con un inglés de puta madre y a estas alturas se ha buscado la vida más de lo que yo podría en dos años. Me tengo que ir hasta la tarde. Así es que desconecto: cuando vuelva estará esperándome en la puerta. Solo tendré que abrirle. Me explicará la movida en dos segundos, recogerá sus bártulos y humo. Nos veremos de uvas a peras como en Murcia.
Cuando me veo inmerso en el mogollón de Oxford Street, Camden, Trafalgar Square o aquí mismo, ya no le tengo el respeto del principio porque, en realidad, de los doce millones ni uno solo me es útil. O sea que si me muero aquí y ahora, a la sombra de los caballos, nadie torcería la vista siquiera. Yo no me inmuto ante los cuerpos de borrachos y homeless en las puertas de los bancos según anochece. Lo mismo que yo, todos y cada uno de los otros hasta sumar doce millones. Allí en Murcia, no es lo mismo porque siempre ves a la misma gente en los mismos sitios: nos sabemos bien la cara del prójimo. Tal vez hartarme de esto fuera una de las razones por las que vine aquí. Pero ya hemos quedado en que no hablaré de las causas de mi venida o de las de Rosa.
Lo de Rosa, por ejemplo, curiosa anécdota que ilustra lo que vengo diciendo. Hoy, 24 de marzo, se cumple un mes de nuestra cita a las 20.30 y todavía no he sabido nada de ella. Sus cosas están en mi habitación y tras dos semanas de reparo, empecé a utilizar las que me son útiles, dinero incluido. Supongo que estará ahí, entre los demás. Pero ¿Y si le ha dado un infarto en Brixton? ¿Y si la han violado salvajemente por aquello de la excelente figura y luego se han deshecho de su cuerpo tirándolo al rio en Hammersmith? ¿Y si está de puta en el Soho? ¿Y sí?
Al fin y al cabo no la conozco demasiado. Ya he explicado el tipo de confianza que teníamos. Tal vez haya liado con yuppie de lujoso auto y teléfono portátil. Tal, vez, quizá, puede… ¿Y qué más da? Hablando claro, pijo: Who gives a shit?
Me planteé durante una semana recorrer el camino habitual. No sé, la embajada, policía, un detective privado. Luego desperté y me dije: Fulgencio, déjate de suspenses, que estás en Londres, no eres nadie y estos asuntos son incumbencia de Paco Lobatón.
Mucho alternativo, mucho predicador, mucho comercio de lujo, mucho autobús de dos pisos, mucho Royal Albert Hall, mucho Gay power, mucha guardia real, mucho concierto al aire libre, mucho Bobby velando por el orden público, mucha ostia en vinagre.
De todo mucho, sí. Pero sólo hay uno que pueda sacar a Rosa del no ser: Fulgencio Sánchez Riquelme. Más no está por la labor. En resumen: como Fulgencio no la busca, la Linares es ya historia.
Que no, coño, que no he venido a Londres para rastrear Rosas. En Murcia hubiese hecho algo, supongo. Y si no yo, otro. Allá todos conocemos el rostro; aquí, con vivir sobra.
En cualquier caso, vengo todos los Viernes a las 20.30 desde el 23 de febrero. Picadilly, bajo los caballos. Supongo que le doy otra oportunidad, ésta es la cuarta.
Tal vez cumpla como el que cada primero de Noviembre friega una lápida y cambia las flores a un muerto. A mí tampoco me cuesta. Picadilly es agradable.
En el fondo, aunque me intriga, no me importa lo de Rosa: los luminosos siguen ahí, la muchedumbre pasa, duermo más ancho y la semana que viene me vuelvo a Murcia. Y es que, en confianza (la verdad), allí es donde mejor se está.
Elías León Simianini