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Escribir la vida

Escribir la vida

Escribir la vida

Empecemos por el principio: todas las personas tenemos una vida. Nacemos, nos pasan cosas y al final (sorpresa) nos morimos. Dicho así no parece muy emocionante, ni dramático, ni misterioso. Sin embargo, son miles las historias que caben en una vida.

Quizás no todos somos conscientes de que, al pensarnos, creamos un relato sobre nosotros mismos y nuestras peripecias. Así, de entre los recuerdos que nuestra caprichosa memoria ha almacenado, vamos seleccionando, interpretando -adornando incluso- lo que de alguna manera explica los cuándos, los quiénes, los porqués, los cómos y los para qués de nuestra historia.

Los relatos, pues, están por todas partes. Algunas personas dejamos estos relatos flotando en algún lugar de nuestras mentes o hablamos de ellos con quien quiera escucharlos (terapeutas, curas, amigos, etc.). Otras prefieren decir en qué están pensando a las redes sociales, a todos y nadie a la vez. Hay incluso quienes deciden plasmarlos por escrito, bien con intención terapéutica, como modo de ordenar las ideas o como registro auxiliar de la memoria.

Por poco que dediquemos un momento a reflexionar sobre el tema, acudirán a nuestra mente una serie de cuestiones relacionadas con la veracidad de lo narrado. ¿Qué es más real en una vida? ¿Lo que nos ha pasado, lo que realmente ha sucedido, lo que se ha pensado, sentido, añorado, desead, imaginado incluso? Por ejemplo, ¿tiene más importancia la enfermedad en la vida de un hipocondríaco perdido o en la de un diabético? ¿Se relaciona más con quién soy el hecho de haber estado enamorado durante años de quien no me correspondía o el haber tenido una vida matrimonial al uso (en caso de que algo así exista)? Por otra parte, ¿cómo de capaces somos de abrirnos a los otros tal como somos? ¿Qué grado de intimidad estamos dispuestos a compartir? Una vida no sería suficiente para contar una vida. ¿Cómo decidir, por tanto, qué sucesos narrar u omitir?

En esta selección bibliográfica hemos elegido una serie de escritos que toman la propia existencia como material con el que construir el relato vital. Y, puesto que contamos con multitud de obras escritas por auténticos artistas de la palabra, nos hemos centrado en las vidas de escritores profesionales contadas por ellos mismos. Así, nos encontraremos con diferentes géneros: desde los diarios y la correspondencia hasta las autobiografías, las memorias o las obras de autoficción, tan de moda en los últimos tiempos.

Los géneros son conjuntos de textos que presentan una serie de rasgos comunes. Estos se enmarcan en unas coordenadas espacio-temporales concretas; es decir, están en íntima relación con la sociedad en que se producen, poniendo de relieve la ideología de la época, sus obsesiones y manías.


La época postmoderna, en la que la realidad se considera un constructo compuesto, a su vez, de realidades fragmentarias, mutables, líquidas… está habitada por individuos que lidian con una sociedad cambiante en la que su lugar en el mundo, su identidad, está en permanente construcción. Este es el caldo de cultivo en el que proliferan lo que el filósofo Georges Gudorf ha llamado escrituras del yo; textos en los que un autor cuenta la verdad (su verdad, al menos) acerca de determinados sucesos de su vida, apelando tanto a lo emocional como a lo racional. La intención de este acercamiento es el autoconocimiento, la búsqueda del yo íntimo. Para ello, se realiza un examen de conciencia en el que el autor se plantea quién es, quién ha sido y quién quiere ser.


El crítico francés Philippe Lejeune es considerado uno de los mayores especialistas en torno a este tema desde la publicación, en la década de los setenta del siglo pasado, de una serie de obras en las que estudia los límites entre literatura autobiográfica y literatura de ficción. En su opinión, la diferencia fundamental entre ambas radica en la forma en que el autor presenta el texto a sus lectores.

Cuando la persona que firma la obra -y cuyo nombre aparece en la cubierta, portada, etc.) tiene el mismo nombre que el narrador y el personaje principal se establece implícitamente un contrato de lectura en el cual el autor afirma que dice la verdad y el lector confía en que es así. A este contrato de lectura lo denomina el pacto autobiográfico; es el que se establece en las memorias, las autobiografías, las cartas y los diarios íntimos.


Existe, por último, una categoría híbrida, bautizada por Serge Doubrobsky como autoficción, definida como “una ficción de acontecimientos y de hechos estrictamente reales”.

Memorias
Son relatos retrospectivos hechos por personas reales sobre su propia existencia. Se presta especial atención al contexto histórico y social.

Autobiografías
Al igual que en las memorias, una persona escribe sobre su pasado, pero en este caso el acento se pone en su vida individual, en particular en lo relativo a su personalidad.
De alguna manera, son lo contrario a los diarios y se complementan con ellos.

Diarios
Textos redactados en primera persona en los que el autor escribe sobre su día a día. Lejeune los define como “serie(s) de huellas fechadas”. Este mismo autor considera que, así como la autobiografía es, desde el punto de vista formal, exigente, los diarios son tan sencillos que se pueden considerarse una práctica de escritura de masas.

Correspondencia
Se trata del género menos definido. Responde a fines muy diversos, pero habitualmente encontramos información tanto del momento histórico como de cuestiones personales. La principal diferencia con el resto de géneros es el hecho de que, por mucho que puedan ser textos autorreflexivos, tienen destinatarios definidos.

Autoficción
En contraposición al pacto autobiográfico, en el que asumimos que los que se nos cuenta es verdad, nos encontramos ante lo que algunos especialistas, como Manuel Alberca, denominan pacto ambiguo y otros, como Sergio Blanco, pacto de mentira. Se trata, en cualquier caso, de un juego de espejos en que lo real y lo ficticio se entrecruzan deliberadamente.