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Esteban Díaz

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En el año 2014 la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Ugena, organizó un concurso para que los usuarios de la Biblioteca Municipal pusieran nombre a la misma. El nombre elegido fue el de Esteban Díaz.

Pero, ¿quién era Don Esteban Díaz Rodríguez? Así, a primera vista, no deja de ser uno más de los cientos de ciudadanos anónimos que ha tenido Ugena, si no hubiese sido porque fue uno de los alcaldes del municipio en los primeros años del siglo XX. Desconocemos sus fechas de nacimiento y defunción. Pero es conocido gracias a que fue el adalid de una lucha titánica, que él mismo emprendió, en pos de mejorar la vida y costumbres del pueblo y, sobre todo, la más importante y que fue al final la que acabó con él, con su hacienda y su casa: el evitar la destrucción de la Casa-Palacio erigida en el pueblo por el Conde de la Roca en el siglo XVII, y que durante muchísimos años fue morada de gran parte de la nobleza española, incluso del Rey Carlos II. Y gracias también a que esta lucha fue seguida y alentada por la prensa madrileña y toledana y algunos periodistas de la misma, es por lo que conocemos algunos aspectos –unos ciertos y otros confusos, aunque escasos- de la vida de este buen hombre que solo pretendía mejorar la vida de sus vecinos y que, al final, fue denostado por todos ellos hasta caer en la ignominia más absoluta.

Don Esteban Díaz era un labrador hacendado, vivía en una casa frente a la iglesia y el Palacio, de amplio portón, holgado zaguán y sombrío patio y que fuera del pueblo era conocido como Don Esteban, y en el pueblo como “el tío Aguilito”. Era enjuto, alto, cetrino, con rostro engarzado en el marco de una barba entrecana, y la nariz muy delgada, de aire aristocrático. Como ya se ha apuntado, fue alcalde en el año 1906 pero fue incapacitado para el cargo tan solo seis meses después, teniendo que abandonarlo. Posteriormente, volvió a erigirse alcalde entre 1912 y 1916.

Pero por lo que es y fue famoso, es por su lucha al tratar de  evitar la destrucción del único monumento importante que tenía el pueblo: el Palacio. Lucha en la que gastó todas sus fuerzas y energías y, lo más importante, su hacienda. Con el resultado de que lo perdió todo. En su lucha, interpuso escritos ante el Ayuntamiento, incluso fue a Madrid y removió los Ministerios y Academias pidiendo que lo declarasen monumento nacional y evitar su derribo. Le prometieron mucho y no se hizo nada. Se embarcó en varios pleitos en los que perdió toda su hacienda, incluida su casa que le fue embargada; y sufrió las vejaciones e insultos de sus convecinos. Se convirtió en el enemigo del pueblo.

Tras perderlo todo terminó “exiliado” en Madrid, asistiendo a bibliotecas y museos, conferencias y lecturas o representaciones de teatro y cinematógrafo, siempre que fuesen gratuitas pues, como ya se ha dicho, quedó desnudo de hacienda y fortuna, desconociendo cuándo y dónde terminó sus tristes días.

ANTONIO RODRÍGUEZ MONTES

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